OCAÑA, AQUEL CICLISTA TAN COMBATIVO. NOS ESCRIBE GERARDO FUSTER

Seguimos contando historias de otros tiempos. Esta vez, tratamos aquí de revalorizar o de recordar la figura que fue de Luis Ocaña, el malogrado ciclista, que en poco tiempo supo captar y cautivar a los aficionados de las dos ruedas, e incluso de los que no lo eran. Sus gestas fueron más bien espectaculares, brillantes, aunque cabe reconocer que no siempre encontraron una justa compensación deportiva.

No es nuestra intención glosar aquí la extensa carrera de victorias que llevó a cabo Luis Ocaña, nacido en la localidad de Priego (Cuenca), y afincado desde los once años en el territorio del sur de Francia, no lejos de la población de Mont Marsan, en donde su padre se ganó la vida como ebanista, con el propósito de aliviar las penurias económicas de la familia. Luis era el mayor de los seis hermanos. Se sintió pronto atraído por el ciclismo al admirar las hazañas de Bahamontes fraguadas en los Pirineos. Se afanó, con ayuda de los suyos, por adquirir una bicicleta, consiguiéndole con no poco sacrificio. No lejos de su domicilio, habitaba un tal señor Cescutti, oriundo de la nación italiana, que se fijó en él y lo enroló con celeridad a su equipo ciclista, que venía concurriendo en carreras regionales. Tu benefactor era un hombre poderoso, económicamente hablando, y entusiasta del deporte de la bicicleta. Tuvo acierto en apoyar y encauzar al ciclista español, que necesitaba en aquellos comienzos de una ayuda que le empujara a la fama. Ocaña, con su pedaleo desenvuelto, se hizo ya notar en el año 1965, en el Gran Premio de las Naciones, una competición individual contra las manecillas del reloj, reservada para corredores aficionados. Su figura empezó a crecer como la espuma y fichó, paulatinamente, por equipos de más prestigio.

Es obligado poner sobre el tapete la influencia que tuvo el Tour de Francia en Luis Ocaña. Concurrió en ocho ocasiones; y no siempre con suerte, esta suerte que los campeones también necesitan. En la mitad de las veces en las que concurrió, se vio obligado a abandonar por sufrir sendas caídas y demás. Su espíritu temperamental le llevaba desgraciadamente a ello. Cabe recordar, por ejemplo, el accidente que sufrió en el transcurso del Tour del año 1971, una terrible caída descendiendo el puerto de Mente, en el mismo corazón de los Pirineos, en la etapa Revel-Luchon, cuando ostentaba la camiseta amarilla de líder de la prueba en cuestión. El gran vencido hasta aquella funesta fecha era el famoso Eddy Merckx. Pero la obligada retirada de Ocaña, le brindó en bandeja el triunfo al corredor belga, una fortuita carambola del destino. En verdad el ciclista hispano poseía en su haber una abultada ventaja de minutos hasta sufrir aquel inesperado contratiempo. Fue una triste historia que no podemos olvidar.

Pudimos celebrar su triunfo absoluto logrado en el Tour de 1973, que supuso llegar a París, con 16 minutos de ventaja sobre Bernard Trevenet, segundo, y su compatriota José Manuel Fuente, que fue el tercero, a más de 17 minutos. Luis Ocaña, en aquel Tour, realizó una valerosa escapada en el trazado entre Roubaix y Reims, en el cuarto día de carrera. Fue un golpe de teatro no esperado, en compañía de otros nueve audaces, lo cual puso en alarma al gran pelotón, especialmente a los escaladores, sus contrincantes más directos, que aguardaban el veredicto de los Alpes y de los Pirineos para atacarle. Ocaña, puso la competición al rojo vivo, adelantándose a todos los vaticinios, cimentando sólidamente su liderato. Lo hizo de manera definitiva en la séptima etapa Divonne-les-Bains-Aspro Gaillard. Cabe recordar que en el curso del segundo día de aquel mismo Tour, lo que son las cosas, Ocaña sufrió una espectacular caída al cruzársele un perro en plena carretera. Por suerte no tuvo peores consecuencias, salvo las consiguientes contusiones de rigor. Luego, un par de días más tarde realizaría aquella brillante gesta comentada y que culminó en Reims. Siempre es bueno traer a la memoria hechos así.

No en vano, Luis Ocaña, nuestro protagonista de hoy, trató de imponer su ley, al imponerse en aquel Tour (1973) en nada menos seis etapas, un dato que refuerza su muy amplio historial, que requeriría, dicho sea de paso, un muy extenso otro capítulo. Nunca se arredró frente a sus adversarios. No reservó fuerzas. Siempre estuvo en el fragor de las batallas, ciclísticamente hablando, y no concebía esto que las gentes llaman pasividad. Fue ¡valga la palabra! un valiente luchador.

Gerardo Fuster