Hará poco más de un mes que se difundió en los medios informativos la triste noticia del fallecimiento del ciclista italiano Fiorenzo Magni, un atleta del pedal de características muy peculiares que marcó en su época un hito importante en el campo de la bicicleta. No podemos silenciar este hecho y más tomando en consideración la categoría innata de este campeón italiano que destacó entre los años 1940 y 1956.
Antes de adentrarnos con más detalle en la figura de Fiorenzo Magni, quisiéramos hacer hincapié en un factor que marcó la pauta de este ciclista que destacó precisamente en los años más alucinantes que nos ha brindado el ciclismo italiano. Magni surgió sin lugar a dudas en la época de oro, de más alto esplendor, impuesta por los corredores transalpinos. Magni se erigió como el tercer hombre representativo de la nación italiana. Por encima de él sobresalieron de manera más destacada sus otros dos compatriotas Fausto Coppi y Gino Bartali. Los tres corredores, casi invulnerables, llevaron la batuta de los éxitos en la mayor parte de las competiciones internacionales. Nunca Italia puso el listón tan alto. Aparecieron, eso sí, otros ciclistas que trataron de superar aquel pasado inolvidable de gloria, cosa que no consiguieron. Nombremos a Gastone Nencini, Ercole Baldini, Felice Gimondi, Giani Bugno, Francesco Moser, Giuseppe Saronni e incluso Claudio Chiappucci. Ninguno de ellos logró devolver la esperanza lisonjera del ciclismo italiano.
Fiorenzo Magni era oriundo de la región de la Toscana, en una zona más bien llana como la palma de la mano. Nació en la pequeña localidad de Vaiano di Prato, el 7 de diciembre de 1920; es decir, acaba de fallecer a la edad de 91 años. Cabe reconocer que su infancia fue más bien difícil, agresiva. Su padre se ganaba la vida limitadamente regentando una pequeña entidad de transportes en la cual su hijo, Fiorenzo, colaboró desde la temprana edad. Dejó los estudios de escuela pronto, entrando un poco de carambola en el mundo del pedal. Como simple corredor aficionado, consiguió algún éxito aislado a la edad ya de dieciséis años. Le habían sugestionado las gestas plasmadas por los héroes de aquellos tiempos que las gentes seguían a través de los periódicos. Sonaban con preferencia los nombres de Alfredo Binda y Learco Guerra. Pero la figura que encandiló a Magni fue la de Gino Bartali. Se consta que pudo adquirir una primera bicicleta por tan sólo 300 liras, que no se sabe quién en realidad se la pagó. Sobre la bicicleta destacó por su coraje y fortaleza.
En el año 1940 debutó como corredor profesional, ejerciendo una labor más bien oscura, silenciosa; es decir, el prestar su ayuda y sus servicios a favor de otros, léase compañeros de equipo. En realidad nuestro hombre, Fiorenzo Magni, se dio a conocer de manera fehaciente en el Giro de Italia de 1948, al imponerse sobre su compatriota Ezio Cecchi, por el escaso margen de tan sólo once segundos. Hubo revuelo entre los aficionados ante aquella victoria que fue altamente discutida ante el fallo emitido por los jueces de la prueba, que penalizaron a Magni con dos minutos al haber sido empujado en la ascensión de la montaña dolomítica del Pordoi por algunos entusiastas algo alocados que no entendían de reglamentos. El equipo Bianchi, que comandaba Fausto Coppi, no contento con el veredicto emitido decidió abandonar la prueba.
Con todo, cabe señalar que vencería igualmente en las ediciones de los años 1951 y 1955. En esta última victoria contribuyó eficazmente el apoyo fortuito prestado por Fausto Coppi, lo que son las cosas, que le ayudó en la penúltima etapa, que finalizaba en ciudad de San Pellegrino. Magni consiguió desbancar por los pelos a su compatriota Gastone Nencini, que era portador de la camiseta rosa de líder. Magni, efectivamente, conquistaría la cotizada corona, que significaría su tercer Giro. Aún así la actuación de Magni prevaleció también en esta competición en la temporada 1952, en la que alcanzó el segundo puesto absoluto tras Coppi. De la misma manera, conquistó la misma posición de honor en 1956 tras el luxemburgués Charly Gaul, denominado comúnmente como el Ángel de las montañas.
Tuve la interesante oportunidad de mantener amistad con Fiorenzo Magni, que no era precisamente una persona de carácter extrovertido, aunque siempre transparentó sinceridad en sus conversaciones. Recuerdo que en cierta ocasión le pregunté, concretamente en la Vuelta a España del año 1955, que se adjudicaría el francés Jean Dotto, si había sufrido alguna frustración a lo largo de su carrera deportiva. No titubeó ningún momento en manifestármelo. Su trascripción fue publicada en las páginas del desaparecido semanario “Vida Deportiva” en el cuál colaboraba habitualmente. Recuerdo su explícita respuesta:
En el Tour de Francia de 1950, poseía la camiseta amarilla de líder al afrontar las sendas etapas pirenaicas. Mi compatriota y compañero de equipo, Gino Bartali, sufrió un encontronazo involuntario sobre una rueda del corredor galo Jean Robic. Fue incidente que los aficionados franceses no le perdonaron. Al día siguiente, en el puerto del Aspin, se afanaron un tanto injustamente a poner palos en las ruedas de los corredores italianos. El más afectado fue Bartali. Todo el equipo decidió abandonar la prueba. Era en la 12ª etapa, Saint Gaudens-Perpiñán. La camiseta que yo portaba con tanta ilusión pasó a ser propiedad del suizo Ferdinand Kubler, vencedor en París.
Otro desencanto lo tuve en el Campeonato del Mundo de fondo en carretera (1952), que se celebraba en el Ducado de Luxemburgo, carrera que estuve muy a punto de adjudicarme. La mala suerte se produjo a pocos kilómetros de la meta, cuando iba destacado en cabeza. Rompí mi sillín. Todas mis esperanzas se esfumaron en un momento. El ganador del título mundial fue el alemán Heinz Müller, un ciclista casi desconocido. Me debí conformar con ser el cuarto.
A Magni le llamaron el “León de Flandes” en virtud de sus tres triunfos consecutivos en la dura competición clásica Vuelta a Flandes (1949-50-51), que lideró con indudable autoridad. En la primera edición victoriosa se desplazó a la nación belga bajo su cuenta y riesgo en ferrocarril, sin el apoyo de nadie. Era poco conocido todavía en las lides ciclistas.
Debemos consignar que a lo largo de su historial encontramos un total de 47 victorias. Es de destacar, entre otras cosas, el de que en sus participaciones en el Giro sumara un total de seis triunfos de etapa. En el Tour lograría la cifra de siete, y en la Vuelta a España de 1955, se permitió la honra de ser primero en tres etapas, centradas en Barcelona (7ª), Valladolid (13ª) y Bilbao (17ª). Son valores estadísticos dignos para tener en cuenta por parte de los aficionados que sientan predilección por los números.
No quisiéramos cerrar esta breve glosa en torno a este inolvidable forjador de kilómetros llamado Fiorenzo Magni sin hacer mención de su gran envergadura física, algo que llamó poderosamente la atención. Fue considerado uno de los ciclistas más arrojados y hasta suicidas en los descensos de los grandes puertos de alta montaña. Su peso, que no le daba ventaja subiendo, le permitía en gran manera recuperar el tiempo perdido con respecto a sus adversarios.
Se retiró definitivamente en el año 1956 tras vencer en la Vuelta al Piamonte y la Vuelta al Lazio, alcanzando asimismo un meritorio segundo puesto en el Giro de Italia, tal como lo hemos apuntado más arriba. Su hazaña fue heroica, si es que se puede catalogar así. Todo vino como consecuencia de haber sufrido una aparatosa caída con fractura de clavícula. No abandonó la ronda italiana y se sobrepuso al sufrimiento, soportando con enorme entereza este contratiempo que le obligaba a apoyar con dificultad sus manos sobre el manillar. Para paliar el dolor se valió de una venda sujeta al citado manillar por un extremo de la misma y por la otra punta no encontró mejor solución que sostenerse, aminorando el dolor, con sus dientes. Fue una valentía que a todos nosotros nos impresionó. No se nos borra de nuestra mente una acción así.
Gerardo Fuster